Con un bagaje importante proveniente del performance y las artes vivas, Temoc Camacho aborda la pintura desde estrategias que en muchos sentidos implican una descomposición o recomposición de la memoria racional y corporal. Frecuentemente intenta escapar de la perfección de la tradición pictórica, y al mismo tiempo, ensaya sus imágenes una y otra vez, en una suerte de meditación o repetición frenética. Es en esta repetición, y en el uso del color -a ratos perturbador, por momentos dulzón- en donde surge una primera confrontación con el espectador, la demanda de algo más que la mirada. Hay una batalla sugerida entre el soporte y el espacio sobre el que nos movemos para observar la obra. La voluptuosidad del trazo, la conducta de las formas, la luz y la sombra, la indefinición de los rostros de sus figuras y las escenas que los envuelven, nos condenan a poner el cuerpo en relación con la obra, y a determinar a partir de nuestra propia estructura ética lo que existe en esas imágenes. La mayoría de las veces quedamos completamente expuestxs, y comprometidxs.