El arte contenido en esta habitación de ligera tonalidad rosa comparte principalmente un carácter esencial, su paleta de color, la cual se encuentra inclinada -con sus particulares variaciones- hacia ese gris tan meticulosa e históricamente descrito en esta página. Sin embargo, existe una sutil levedad que comienza a crear una red de asociaciones visuales entre estas obras.
La encarnación de lo domestico del concreto, la cortina y la herrería en los dibujos semi-grisallescos de Victoría Nuñez Estrada resuena con la banalidad mundana del bodegón llevado a la escultura y el simulacro de candelabro hecho de “arroz con popote” de Samuel Nicolle. Esta última pieza transgrede y reapropia un conocido insulto homofóbico fuertemente arraigado al folklor idiosincrático mexicano, donde “poéticamente” se amalgama una imagen sexual relacionada a la anatomía corporal. Paralelamente, las esculturas de lana de Paloma Rosenzweig conceden también detalles de la fisiología humana, como proto modelos científicos de genealogía vernácula. Los alveolos de fibra animal recuerdan el aire atrapado en globos reflejantes que levitan en la esquina de la galería y la córnea de borra tejida conmemora la anticuada discusión de los privilegios de la vista y la movilidad en la copia de action painting de Marek Wolfryd. Finalmente, esta ese cuerpo mecánico de Armando Rosales, con sus acabados ásperos -como costales de materiales de construcción- y su silueta cuasi corpórea que nos exige controlar su movimiento estético con nuestro extremo inferior a través de un mecanismo de pedal.
En esta exposición el Gris es placer y excusa, pero también herramienta y lenguaje, es todo y a la vez nada.
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